(Publicat originalment el 13 d’octubre de 2014)
Prefiero morir vicioso y feliz a vivir limpio y aburrido.
Prefiero encontrar una estrella en el fango a cuatro diamantes sobre un cristal.
Prefiero que la estrella queme, sea fuego, a un tacto rezumante de frialdad.
Prefiero besar el duro suelo veinte veces para llegar una sola vez a lo más alto a escalar poco a poco, sin caer nunca pero sin llegar jamás a la cima. Prefiero que me duela a que me traspase, que me haga daño a que me ignore. Prefiero sentir.
Prefiero una noche oscura y bella, sucia y hermosa, a un montón de días claros que no me digan nada.
Prefiero una cadena a un bozal.
Prefiero quedarme en la cama todo el día pensando en mi vida a levantarme para pensar en la de otros.
Prefiero un gato a un perro. Porque el gato te araña, es infiel, te ignora, se escapa, pero sabes que, a pesar de todo, no podría vivir sin ti. En cambio, el perro es tonto, no sabe nada, te obedece hasta el absurdo. Prefiero las mujeres gato a las mujeres perro, por las mismas razones.
Prefiero el mar a la montaña. La vida es una noche tumbado en la playa, mirando las estrellas sin verlas, soñando despierto, dejando que la arena se cuele entre los dedos de mis pies, embriagado de todo. Y la noche, siempre la noche. Nunca la luz del sol. La noche es mágica. Me hace vivir, no pensar. Me pone en movimiento. Rompe mis esquemas.
Prefiero las noches frescas de verano, andar con poca ropa, sentarme en el suelo y meterme algo de vida en el cuerpo. La mañana me sabe a dolor de cabeza. Me da sueño. Me quita las ganas de hablar. Me recuerda que soy mortal. Me recuerda que soy normal. La noche me hace único.
Prefiero experimentar las cosas, aunque me hagan mal. Aunque me hiervan la sangre.
Prefiero probarlo todo a morirme sin saber lo que me gusta.
Y, más que nada, prefiero la vida que dan sus besos de caramelo y la suave caricia de su piel caliente.
Daniel Valdés